Hoy no tengo nada que escribir.
Que escriba la palabra “mentira” es ya otra mentira.
A veces es como un gran pulpo gigante que sale de lo profundo de uno mismo.
Brotan agresivos abriendo piel, pariéndose a sí mismos desde mí y sacando fluido, los tentáculos gruesos del escritor; línea, brazo y tinta del escribir súbito.
Y a veces –les digo- sólo brotan para intentar asfixiarme y llenarme de tinta, furiosos por algo que no entiendo, algún coraje ancestral, alguna riña de abuelos mesozoicos. Luego medio desmayado despierto tirado en mi muelle con teclado. Y me frustro porque no sé qué dicen todas esas manchas en mi cuerpo; ¡Poliformes! ¡Deformes! ¡Amorfas!. Línidos y putoides imberbes que parecieran dibujados (y desdibujados) por un dios que se antoja con retraso. Esas manchas no las puedo –tampoco- a todas ver. Me rompería el cuello o una que otra costilla. Significantes sin significados. Nombres sin hombres. Me ahoga el pulpo pues, en el océano de Dadá.
Entonces me levanto como puedo y pido disculpas a todos, y para no presentarme ante ustedes todo pintarrajeado, mejor les digo que no tengo nada que escribir.
Aunque que escriba la palabra “mentira” sea ya otra mentira