El sentido de la vida consiste en llegar a un fin, ese fin es la mejora de la especie.
Quien ha cumplido este fin y está conciente de que es una finalidad, puede decirse feliz.
Es entonces cierto que el fin de la vida es ser feliz, pero no en el sentido de los libros de superación personal, sino en el básicamente biológico.
Puede aún haber quienes han conseguido la mejora de la especie, pero no están concientes de ello: Esto no desemboca en felicidad. Esto es debido a que se necesita cierto nivel de mejoramiento para llegar a la conciencia (por vaga que fuere) de mejoramiento mismo, y si no se tiene es símbolo de que las mejoras son apenas precarias, y van atrasados en la carrera evolutiva humana.
No hay, sin embargo, quien no haya comenzado ya la carrera por la vida, cuyo incio se pierde en los anales de la prehistoria protozóica; En la carrera por la supremacia de las especies para los humanos hay sólo dos caminos totalmente válidos: La belleza o el intelecto.
La belleza humana con su contenido sexual indica –como es de dominio público- el primitivo asegure de sacio de necesidades primarias, seguridad de alimento y longevidad dirigidos por un cuerpo y el intelecto ínfimo del primate evolucionando.
El intelecto, carente de cuerpo y de naturaleza fea, pero compensante en aprovechamiento de recursos medidos; un asegure de la vida en los tiempos más difíciles.
Ambos caminos dije, totalmente válidos hasta este momento de la historia. Hubo, hay y habrá híbridos, pero su éxito dependerá de su aprovechamiento de ambos recursos. El poseedor de las dos cualidades no es –como se piensa- el nivel de perfección humana. Éste es solo el modelo de la perfección del vehículo para el fin humano.
El intelecto y la belleza son dos caminos, entonces, ¿Cuál es la meta? ¿Cuál es pues, el fin de la mejora de la especie?
Ambos caminos son autodestructivos.
El fin del intelecto humano es la eliminación del intelecto humano (una, después de todo no tan extraña suerte de “Homo homini lupus”).
La mente humana dice diferenciarse de la animal por su capacidad de raciocinio, y por otra parte afirma que la inteligencia consiste en la mayor automatización posible de las ideas y soluciones a los problemas.
El instinto y el reflejo son pues, el exponente claro de la automatización de las ideas y soluciones de problemas, y suelen ser también características animales. El instinto es la máxima de las inteligencias.
Todos los animales desarrollamos en el camino evolutivo diferentes armas y métodos de avance y supervivencia. Algunos escogieron –por así decirlo- un par de colmillos, otros, un aguijón; algunos un gran tamaño y otros una vida submarina. A todos éstos los vemos ahora con un amplio número de instintos y reflejos, pero no cuentan con un instinto para cada cosa; sobre todo a la hora de enfrentar problemas nuevos, tampoco tienen la capacidad de aprender. En esos casos dependen del puro “azar” de la evolución, del camino que les dicte el dios de Spinoza.
El hombre –escueto simioide- escogió un cerebro que aprende y automatiza, proceso al que le llama inteligencia. Con él compensa sus pocos dotes físicos frente al mundo de las bestias, pero es sólo eso, un arma más. (Incluso el surgimiento histórico-biológico y el uso que le da un individuo a la inteligencia misma es, desde el principio, fruto del azar y los instintos de la evolución, como toda arma).
El fin del hombre y su mejora de la especie validos de su intelecto-belleza como vehículo es no necesitar pensar, no necesitar razonar. Pero estaría desprotegido ante las situaciones nuevas, como todo animal inintelecte, para ello su fin es prescindir también del acto de comer y todas las necesidades primarias o de cualquier índole, al mismo tiempo que la eliminación de todo enemigo potencial.
La belleza termina de modo análogo al intelecto. Mientras el ser humano evoluciona en ese “ente extremo”, casi absoluto, libre de necesidad, la belleza funge como vehículo todavía para la reproducción, como hasta hoy.
Si el “ente extremo” para entonces se ha emancipado de todo peligro, será entonces un ente sumamente bello y plenamente instintivo, libre de todo intelecto. Y si la evolución y su camino en el devenir le han hecho eliminar cualquier posibilidad de peligro será además un ser supremo. Una especie suprema. Probablemente el único ser sobre el universo (o los universos). Aún cuando esto signifique perder la condición de “ser vivo” (lo cual habilitaría las posibilidades tanto de un ente único como de la eterna existencia, la pérdida de la belleza perdido el acto reproductivo o un sin fin de posibilidades dentro del carácter absoluto de la situación).
Ése es pues, el sentido de la vida. Ése es nuestro fin, con todo lo que signifique.