En México -recordando la frase gringa "if is brown push it down" (si es café bájale) refiriéndose con el café al color de los mexicanos y con bájale, al escusado- aparte de ser una mezcla de culturas precolombinas que va desde los ñahñus hasta los rarámuris y de los mayas a los purhépechas, somos una mezcla de otras mezclas. España trajo de sí sus propias combinaciones, celtas, árabes, romanos, galos, etc. Además de sus propios pueblos tan diferentes como los vascos y los andaluces.
Por el norte se dejaron caer parte de los gringos, por el sur algún aimara, por el este llegaron los esclavos negros y por el oeste últimamente uno que otro taka-taka despistadín.
Pero a lo que voy, sin dar más vueltas, es a decir que así de cafés como somos, así de charritos sombrerudos, beaners come-tacos nacidos en Mexicalpan de las tunas, los mexicanos también somos franceses.
¡Cómo no, también, señores! La intervención francesa (la segunda) que hoy rememembramos, junto con la primera y el enamoramiento de Francia por parte de nuestro país durante el porfiriato donde el que no hablaba francés no era intelectual, nos dejaron una herencia que la mujer mexicana seguirá teniendo en cuenta como uno de sus sueños por largo, un muy largo rato -o por lo menos, hasta que decida dejar de criar machos-:
Las fiestas de 15 años.
Toda esa ristra de chambelanes malhechos, crinolinas bajo enormes vestidos de nylon color melón, que todos consideramos la cúspide insuperable de lo cursi es, señoras y señores, el pedacito de Francia que México lleva en las sangre.
¡Hombre, ya hasta me siento en Champagne!
Dato curioso:
la rellena en Francia le dicen
"Tripé a la mode". ¿No que no eras
franchute, Eleuterio?