“Chamacuero” quiere decir, en purhépecha, “lugar de la cerca caída”, pues cuando el pueblo tarasco llegó a ésta región alrededor del siglo V antes de cristo, encontró lo que ya eran entonces ruinas de una civilización desconocida. Recientes estudios de las pirámides locales empiezan a sugerir que se trata de un pueblo incluso más antiguo que los olmecas, pero esa es otra historia.
Los tarascos no tomaron el lugar y lo cedieron a los pueblos chichimecas, sus peleadores a sueldo (y posteriores vencedores de los toltecas).
Al llegar los españoles a estos lares, había chichimecas desde el oeste del estado de Querétaro hasta bien entradas tierras michoacanas, se encontraron aquí con el peor de los enemigos. Los españoles también tenían peleadores a sueldo, pero les decían que eran "aliados": los tlaxcaltecas. Pero éstos se acabaron en la toma de Tenochtitlán.
Los chichimecas, sólo comparables en aguerrismo, agresividad y desapiadamento a los antiguos pueblos bárbaros europeos como los vikingos o los mongoles asiáticos, fueron un frente extremo para el acero español, pues –entre otras cosas- mientras una lanza española no alcanzaba más de unos cuantos metros y el ataque de sus armas de fuego requerían un tardado recargo, los chichimecas eran buenos arqueros –aunque no tanto como los aztecas o mayas- pero mucho mejores lanzadores de rocas (¿Se imagina lo que es morir apedreado?) y por supuesto, practicantes del terrorismo psicológico al arrancar pies y cabezas, desollar cuerpos enteros, vestir enemigos capturados de mujer, empalar, beber sangre y un largo y perdido etcétera.
En uno de los muchos encuentros entre españoles y chichimecas, viendo ya los primeros sus fuerzas considerablemente diezmadas y al borde del fracaso, el general en jefe (cuyo nombre se desconoce) aprobó una idea un tanto extraña: se iban a vestir de hermosas mujeres para atraer a los guerreros salvajes, los iban a emborrachar y luego, a matarlos.
Iniciaron pues, los soldados españoles, su rito de maquillaje. Imagínese usted la vergüenza cristiana, los tragos de risa y de pudor que pasaron entre el hambre, la sed de no poder bajar al río –el río Laja, afluente del Lerma- infestado de nativos, el calor de una tierra ensolecida de más, y las muerte cercana de amigos y compañeros, sin claro, una victoria segura por tan loca estrategia.
La maquillada coincidió en fecha con un ritual de la tribu y cuando los vieron vestidos de mujer ya andaban más que borrachos de pulque y medio empeyotados, por lo que bailaron con las bellas damas blancas, quienes ni tardos (¿o “tardas”?) ni perezosas los emborracharon y los mataron, repitiendo la estrategia victoriosa en otros tres asentamientos, antes de que se supiera su truco.
Continuará…