En el albur mexicano reside un Quevedo asoleado que no rebusca palabras sino formas humanas. Es una rima tan exacta como el embone apareador mismo, cuya belleza reside en la victoria penetrante.
Las caguamas son las portavoces de un alma sedienta de grandes verdades, sedienta de abundancia y de relajo. La prueba irrefutable de que nuestra ambición cabe mal que bien en una botella. El abandono de un Cervantes desabrido como un martini y el abrazo sincero de un Cantinflas filósofo en el corazón.
Las viejas son las damiselas del país, viejas así tengan quince años. Son viejas porque vieja es nuestra madre, porque mi difunta abuela era vieja también y porque todas las viejas son viejas. Es el axioma incuestionable, el respeto ancestral y geróntico a quienes por ley científica son primero que nosotros, paridos de madre.