Saliendo de la escuela tomo el micro a mi casa. Ella es una pre-señora y yo sólo tengo diecinueve años. No ando de cacería. Ella llora y un hombre del prototipo treintón-carrobarato-gordo-feo-con-Nextel le da palmaditas en el hombro en un intento de consuelo. No sé cuál de los dos me entristece más.
Yo la conozco. Ella es del otro mundo, ella está curtida en la vida. Un simple Q’est-ce que vous faire dans la vie? De esa Dama Blanca-nieves risada y sabrosona me achicharraría el ego.
Sigo esperando. Afuera de la Sex-shop un hombre que vende globos estaciona sus coloridas y numerosas bolas para entrar, el viejito me agandalla. Sale con unas tangas comestibles que se guarda en el mandil, toma su globerío y se va.
Lo detengo.
-“Señor, disculpe, ¿Cuánto cuesta ese martillo?”
-“Ah, éste… quince pesos, joven; mire, cuando pega chilla”
(Suena ¡Chilckick, chilckik!)
-“Mire hágame un favor, lléveselo a aquella mujer que está allá con el gordo, ¿La ve?”
-“Cómo no, joven; ahorita mesmo se lo llevamos”
-“Ora’ ” (sonrío).
Ella acepta el globo desconfiadamente.
-Retorno-
Ella desconfía y no acepta el globo.
-Retorno-Toma el globo comienza a golpear al gordo.
-Retorno-Golpea todo con el globo hasta entrar en trance lloricón nuevamente.
-Retorno--Retorno--Retorno--Retorno--Retorno--Retorno-…No sé. No vi. No me importó demasiado. Yo sólo me subí al micro.
Me gusta imaginar más o menos así a mi microbus.