Aechenia Karum Nae

"Blog conservado en alcohol".

2/12/2006

 

Polifemo santo


Soy el lobo comelón de moho
soy la lumbre de los ácidos y anfetas
soy el más viejo del bar, un criminal
por guardarme el silencio de los ebrios santos
que me han dado su gracia.

Alguna vez, con motivo de una entrevista le pregunté a José Cruz “¿Quién es un ‘ebrio santo’?”. —“Todos los ebrios son santos, por que realizan una búsqueda interna de su ‘yo’ místico” —Me respondió el blusero.

En diez minutos de entrevista no me había respondido nada lejano de un monosilábico avionazo y siendo este tipo de respuesta la primera con contenido, me quedé tan de a seis que sólo pasé a la siguiente (y trivial) pregunta sin ahondar. Creo que hice bien.

Su contestación rayaba en entre lo saúl-hernandezco jaguar-caifanoso, lo monsiváis-ebriesco, lo hindú y lo peligrosamente chafa y fuma-marihuanario.

Hoy, después de un año lo entendí, creo. Talvez le di mi propia interpretación y no tiene nada que ver, pero algo de lógico tiene. Ya si no, pasa como mi propia teoría.

Lo de que el ebrio busque “algo” es plenamente lógico, casi axiomático. Lo difuso consiste en que eso sea un tal “yo” místico y que además por ello sean “santos”.

Esto a leguas se ve que podría pasar como parodia del dogma cristiano, pero he decidido ahondar, a riesgo de ahogarme en la nada.

Tomo como “misticismo” esa parte del “ser” (del “ser” filosófico) que es difusa, incluso para la ya difusa filosofía en su carácter ontológico. Esas partes del concepto del “ser” que escapan del entendimiento ya sea de alguien poco entendido (es místico lo desconocido) o ya sea por que, aunque sea alguien adiestrado, ha llegado al límite del entendimiento humano (es místico lo misterioso) y se va por el terreno del misterio.

Este misticismo se abstrae aún más en lo difuso cuando hablamos de un “yo” así de místico.

Siempre es más difícil hallar un “yo” que un “tu”, un ajeno. La razón es que hay un ego que superar y un “ello”, un “yo” y un “súper ello” que proteger. Es difícil verse la nuca sin un espejo, pues.

Cuando estamos bebiendo alcohol, todo se vuelve raro. Algunas ideas son concretas mientras nuestra visión nos muestra un mundo cada vez más efímero. Si estamos hablando con alguien, en especial con muchas personas, no ponemos atención a todas las ideas, tomamos una, la pensamos y sacamos el resultado como podemos porque con la ebriedad, si no lo decimos se nos olvidará. Esto naturalmente es un caos comunicativo, en realidad nadie escucha bien a nadie.

Eso es precisamente.

La idea que pensamos cuando estamos ebrios contiene varias palabras o pequeñas ideas, y para decirlas hay que hacer embonar —con mucha dificultad— la idea que pensamos con la realidad. En el momento en el que estos dos círculos embonan como las dos partes de un túnel, entonces la decimos como salga. Después volverá el caos y el olvido a nosotros. Es un proceso de enfoque, de ver sólo el primer plano -el plano esencial- como un cíclope.

La ebriedad no es un estado fijo, es progresivo y en cuanto más ebrio, mayor es el esfuerzo de embone. Otra cosa sucede también, las ideas cambian.

Las ideas se vuelven cada vez más esenciales. Ya no son de política o mujeres, sino cada vez más sobre nosotros, un asinceramiento.

Cuando estamos demasiado ebrios ya no hablamos con los demás, sino con nosotros mismos. A veces, cuando aún nos queda la posibilidad de mover la boca, pareciera que les hablamos a los demás, pero en realidad sólo utilizamos el “ustedes” o el “nosotros” pedagógico. Como un medio para burlar las dificultades de embone entre nosotros (conjunto de ego, yo, ello y súper ello (bola de cosas inabsolutas)) y nuestro “yo” místico. (Si antes era místico por los límites de la ontología ejercida, ahora lo es más por la dificultad de embonación). No es propiamente pues, la “búsqueda” de un “yo” místico. Sino el “dejar salir, el conocer sin tapujos” la esencia ontológica de nosotros mismos. Pero para nosotros en sobriedad no son conocibles los absolutos porque no somos uno de ellos. Hay que ser absoluto para ver lo absoluto. La personalidad no es absoluta y ella no nos dejará. Esa es la lucha del embone.

En el trance, la alta adrenalina y la ebriedad total se conoce lo absoluto.

Las ideas que están hechas de palabras todas, en la ebriedad total carecen de significante, son sólo el significado esencial, sensaciones lingüísticas. En este momento no hay tampoco palabras para hacer ideas que hagan que la personalidad impida la salida del “yo” místico.

Solo entonces, pensando esencias podremos apreciar el “yo” místico. La lucha entre la personalidad y el “yo” místico parece ser la lucha entre el demonio con el que se enfrentó Buda en su ayuno.

Este es el resultado si uno no se queda dormido. Para no quedarse dormido, hay que saber cuanto aguantamos, y para eso hay que ser más o menos un bebedor. A los ebrios comunes les gusta ver esa lucha desde lejos, desde la butaca. Sólo los ebrios santos la desempeñan.

¿Cuándo se vuelven santos? Se vuelven santos bajo el Dios de Spinoza. Si un santo sufre por llegar a Dios, entonces los ebrios santos sufren por llegar a ser —dejando salir su “yo” místico— parte del orden universal. No es que sobrios no lo sean, pero serlo en estado de “absoluto” es una decisión que pocos toman. De ningún modo son filósofos entendidos de jerga, son sólo ebrios santos.

Esto es una teoría. Sólo podemos llegar a especular sobre el resultado final mediante una regla de tres, ya que después de eso unos mueren y los que sí regresan, no lo recuerdan. Sólo queda una reminiscencia de placer que indica no qué era lo placentero pero sí cual era el camino: el alcohol.


Bueno, hay como pude lo descifré. Ahora tengo como reto una frase de mi amigo Chaquespiare que desde hace tres años me trae hecho pendejo: “Si los besos fueran el único placer en la cama, la mujer se casaría con otro”.

¿Sugerencias?

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