Quiero un Santaclos inyectable.
Uno que me regrese las medias noches de los veinticuatros de cada diciembre.
Que le ponga el gorrito rojo a mis neuronas y me saque un reconfortante
!Jo, jo, jo!Que me quite esta nariz de Rodolfo el reno tapada de un fluido más que navideño para mí.
Quiero un Santaclos inexorable, absolutista. Un Santaclos Hitler, Un Santaclos Stalin.
Que lo Reyes magos sean Mussolini, Gengis Kan y Atila, el azote de Dios.
Todos ellos con ponche alrededor de una mesita, todos ellos ebrios saliendo a repartir balazos y regalos con unos moñotes rojos y envolturas brillantes y de colores.
Imagínate a Atila mandando miles de ordas de espíritus de los hunos muertos en batalla, acercándose como un
tsunami inminente la noche de navidad, gente aterrorizada y optando por el suicidio de tanto terror, y entonces, cuando llegan, matan sólo al Presidente municipal y empiezan a repartir miles y miles de regalos que no alcanzabas a pagar en toda tu vida.
Todos festejan y sonríen por el acontecimiento y luego Mussolini y Gengis (kan) hacen su acto de danza contemporánea inspirado en la gracia del algodón de azúcar con limón, la interrelación de este con la peregrinación a Terreros, su repercusión social en la tendencia hipermodernista de
Soho y sus detractores modernistas y posmodernistas que a su vez son acusados de imperialistas. Todo un drama existencial lleno del colorido necesario para la fecha.
Quiero un Santaclos que me traiga el muñeco de acción de Erasmo Catarino y Javier a la Torre, en sus versiones travestis para jugar a las comiditas.
Quiero, en resumen y sin rodeos, que mi rato de lucidez se tarde mucho en llegar. No quiero, por favor no quiero. No quiero ver la Navidad en su estado real.
Post data: Tengo sueño.
(Buenas noches).