Aechenia Karum Nae

"Blog conservado en alcohol".

12/23/2005

 

Familia

Mi madre es un alcoholímetro.
Así, un alcoholímetro.
Mi padre es una Biblia empolvada,
que se abre lenta pero segura para cualquier sermón mal planeado.

Mis tías. Hay de mis tías.
Rara vez he visto más grande nido de víboras sinodales.
Venga para ellas las tesis vitae de sus hermanos varones y ordas de sobrinos
con cachetes de queso fundido. ¿A sus cuarenta serán vírgenes mis tías solteras?
Siempre hay un santo que vestir.

Mis primos. Qué zoológico tan grande.
Hay unos chuecos, otros largos, una que otra cerveza de los ochentas
quemada y descolorida por el sol del siglo veintiuno, madres solteras, desnaturalizadas,
tumores de Dios, pezuñas de Satán. Niñas, flores de Sodoma y futuras "quiceañeras",
futuros dolores de cabeza color melón con vals reverberado.
¡Niños prodigio! Capaces de abrir una puerta y fajarse una minúscula camisa de cuadritos.

Los tíos. No se si reírme o ... no sé.
Sólo están ahí, hablando de patadas y pelotas, emocionándose con cualquier cosa,
sólo para no decirse a sí mismos que se convierten en un costal de maíz viejo y enraizado.
Un costal de sueños y además americanos, lejos. Lejos como la cosa mas lejana que se imaginen.
Lejos como su nariz.

Por ahí mismo andan mis abuelas, las cuales enterré con mi infancia
y años poco más tarde murieron. A ellas diario las veo en el espejo.
¡Y mis abuelos!. Uno nunca lo vi y el otro como si igual. Yace y pulula por donquier
como una bolsa de Alz Haimer alcohólica y coca-cólica. Es el arma pro-herencia
que toda tía solterona del mundo quisiera tener.

Luego los tíos políticos y su gran incomodidad, El desamparo del pobre perro que nunca ha
salido a la calle ni bajado del techo, los abrazos de tregua en la guerra de las herencias,
el re-encuentro de timbiriche y las águilas del América, las lágrimas apeñuscadas de la avaricia
que derraman los teléfonos con llamadas por cobrar desde el país del norte,
la fría media noche de este país que vende las hebras de su cobija para poder comer,
bébes llorando cual Jesús latinoamericano, el recuerdo de las desgracias pasadas
y el augurio de las desgracias venideras. Ambos ahogados en el beso a una estatuilla, el sabor de un dulce con coñac y algunos balazos al aire que se oyen a lo lejos.

Y al último, allá por el final del comedor en el que nadie se sienta, ando yo.
Hipnotizándome con el baile del Santa Claus eléctrico, buscando el punto de fuga.
El glorioso punto de fuga. Un lastre mal sentado que es todo lo que todos ahí repudian.
A-NOR-MAL es el tatuaje que supongo me ven. Y ahí estoy como un Búho que asusta a las mujeres y niños,
no se lleva con los jóvenes y pone nerviosos a los viejos.

Y pensar que los tengo que ver a todos mañana, en Nochebuena.

Sólo espero que el árbol de Navidad tenga muy buena conversación.

Comentarios:
¡ay José Juan¡ si eres tan terrible como tus palabras, pobre del que ande a tu lado.
Ojalá que hayas tenido unas agradables fiestas.
Un abrazo
 
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