¡Hay, Leninito!, ¡Hay de tí!. Aver dime, ¿Qué estás haciedo?, ¿Ya te jodieron el periódico los pinches mencheviques, verdad? Ahhh que tiempos aquellos, mi Lennin.
Todo era blanco y negro y no había tanto incrédulo como ahorita. ¿Será que ya no hay cielo comunista, mi Señor? ¿Será que ya no existe ese cielo y yo estoy aquí como tu Sancho Pansa ciego? Esperando a Lenin que se fue a un lugar de la mancha del cuyo nombre no quiero acordarme.
Me inundaría en lágrimas.
¿Será qué no entendimos tus mandamientos bien? Porque digo: nos salió de la jodida.
Lo entiendo del mundo Señor, pero no los que se vistieron de rojo.
Me atrevo a sugerir que hubieses desterrado o muerto a ese Stalin. Ese perro nos hechó todo a perder, Señor Leninito.
Desde ahí señor, desde tu escritorio. Ni me miras. Eso me consuela, me hace sentir como que lo que digo son pendejadas sin importancia y todo lo tienes bajo control.
Claro, todo cambia cuando veo que tu y tu escrtorio están en un monitor que me manda imágenes de hace casi cien años.
Pero desde ahí, Señor.
Desde ese estéril momento en mi computadora.
Respóndeme por favor: ¿A dónde vamos, Señor Don Lenin? ¿Qué hacemos?. ¿Le vas a responder al más fiel de tus soldados rojos? Que yo, Señor por tu causa, estoy dispuesto a ser uno más. ¡Uno más, Señor!, uno más.