Aechenia Karum Nae

"Blog conservado en alcohol".

9/18/2005

 

“El más triste Blues”

Puso la guitarra descuidadamente en el atril para tomar los pocos billetes de paga que de algún modo se las arregló para deber en otro lugar. La garganta y la cabeza le dolían por los cigarros piratas y la cerveza quemada, pero en Alejandro un quejido era raro, más bien la expresión, cual fuese, ya era rara en él.
Era todo un zombi de voz negra consagrado a amenizar “El Fogondre”, un barecillo alejado, mal frecuentado y de olor a orines, todo eso que llaman un bar de mala muerte. Se hacían llamar Los Animados, aunque de animados no tenían ni el dibujo, una batería cuyo brillo existía ya en donde nadie lo recuerda y tocada por un mono que mejor dicho era mona, un travesti aviejado por la heroína que más o menos hacía por pegarle a los tambores, un bajo eléctrico tronante y empolvado tocado por un borrado cualquiera, una equis cualquiera, un tipo sin chiste ni gracia que parecía darle lo mismo un escenario grande que un sillón con una tele a blanco y negro.

De todos ellos no se hacía uno, pues Los Animados ya contaban con “uno”, Alejandro había sido un joven soñador como todos, con ganas de tocar su música como fuere y en donde se pudiera, no importaba dejar la escuela, no importaba empezar en sitos pequeños ni bares de mala muerte.
El talento le afloraba al muchacho, sus letras eran rimas perfectas y comunicantes y qué decir de su música fluida y armónica, era un chavo cuyos elementos de viaje eran su garganta y una guitarra. Comenzó su sueño como muchos hacen y pocos se atreven, dejó la prepa y la primera puerta que se le abrió a sus diez y siete años fue la caediza de “El Fogondre”.

Alejandro no quería muchos discos, listas de popularidad y jugosas cuentas de banco. Quería ser rico y famoso, pero a su modo, rico de música experimentada y famoso entre pocos pero sinceros corazones y aparte, ¡ja!, vivir bien de ello.
Eran aspiraciones grandes y el camino estaba más que espinoso y Alejandro lo sabía, sabía que tenía que empezar barato y desde El Fogondre.
Su primera tocada fue desastrosa, los micrófonos se viciaron, las letras se le olvidaron y la música se le iba de los puros nervios. Todo para él estaba saliendo mal, pero semanas después se dio cuenta que para quien estaba tocando había perdido ya el “corazón musical” como lo llamaba él, y les daba igual si lo hacía bien o mal, bastaba con que hiciera ruido para mantener al público de los mismos cinco drogados de siempre contento antes de que murieran en una navajeada cotidiana.
El sueldo era una merma, pero bastaba para comprar cigarros y cooperar con la renta de un cuartucho cercano al bar. Con algo más de experiencia semanal, se añadió a Los Animados, vecinos de un Alejandro entusiasta que en vez de callarlos porque no lo dejaban dormir en la madrugada, decidió unirse a ellos una muy loca noche como no habría nunca otras.

Treinta y ocho años pesan hoy en la medio encorvada espalda de Alejandro, vocalista de Los Animados que tocan cada noche de viernes y sábado en El Fogondre, Buena Vista esquina con Madero, Guanajuato, Gto. Muchos han sido los muertos salidos de ahí, talvez incluido Alejandro.
Pone la guitarra descuidadamente en el atril para tomar los pocos billetes de paga que de algún modo se las arregló para deber en otro lugar. La garganta y la cabeza le duelen por los cigarros piratas y la cerveza quemada, pero en Alejandro los quejidos son raros, ya no le importa nada.

Su voz negroide había irrumpido El Fogondre durante más de veinte años y aún no era rico con una banda tan pobre como Los Animados que no se movía para ningún lado, ni era famoso con ése público estático como masa, que más que público podía resumirse como un borracho necio y corpulento. La vida se le fue en sueños, en componerle canciones a las musas y cantárselas a la nada, su vida se convirtió en el peor de sus malos blueses.
Todo era una gran pesadilla de la que Alejandro no quería despertar, pues sabía en su corazón de niño que la realidad era aún mas pesada. Su único consuelo era su guitarra remendada, la cual también era su consigna y su castigo.
A veces piensa que hubiera sido mejor otra desgracia cotidiana y mala broma de la vida que quedar atrapado en su propio sueño y volverlo una pesadilla como él lo hizo. Si hubiese embarazado una chava hubiera tenido que trabajar en serio y progresar para alimentar dos bocas, darles un futuro, pero no lo hizo.
Si hubiese frustrado su sueño y seguir estudiando para Licenciado en Leyes hubiera sido un reprimido, pero reprimido no era, después de todo, desperdiciar toda una vida. Si un camión lo hubiera atropellado, le hubiera evitado seguir soñando su pesadilla y también lo pesado de despertar, en fin. Tristes divagues.
Pone la guitarra descuidadamente en el atril para tomar los pocos billetes de paga que de algún modo se las arregló para deber en la panadería.
La garganta y la cabeza le duelen por los cigarros piratas y la cerveza quemada, pero en Alejandro sólo vive el deseo de atravesar las calles solas de madrugada como diario para llegar a su cuartucho de siempre para alejarse de la mierda de público y de los asquerosos Animados y dormir para no pensar. De pensar para consolarse. De tocar para no soñar. De soñar para no morir.
Pone la guitarra descuidadamente en el atril. Acaba de sonar el más triste blues. Nadie lo oyó realmente.

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