La lluvia borrascosa ya lo había enverdecido todo, ya lo había empapado todo, y no se iba a ir. Ahora dejó correr a su hijastro el viento arrastrando el dibujo de los pueblos y hasta lo más ínfimo que se aventurara a volar.
“El viento me llama” –le dije a mi madre, y salí con mi violín a la calle cuyo habitante más vivo era el escueto granizo, con su frío y sus graznidos.
Empuñé el instrumento. No lo toqué.
El granizo ensanchó su frecuencia y radio. Derredor de mí zumbaba el aironazo mojado y sobre mi cuerpo pesaban ya las agujas de hielo celeste. No sé dónde dejé el violín.
Caminé.
Caminé.
...Caminé.
En medio de dos vías de tren me arreció la tormenta y una camioneta de luces naranjas anunciaba a lo muy lejos la alerta amarilla. Un tren se aproximó a mi costado derecho con velocidad impiadosa. No me moví. Le reté con los ojos fruncidos. Mano-bolso, bolso-diskman, discman-play. Sonaba una rapsodia húngara, blasfema y veloz. Entre retumbadas de un tren y el cielo, ambos dioses del absoluto. Máquina absoluta, Huracán absoluto. Hombre inane.
Por mi costado izquierdo taladró un segundo tren en dirección contraria. Me encerraron en una prisión ultra-móvil en medio de la tormenta. Muros dinámicos, de hierro, grafitis, mareante, licuante. Paredes arcanas murmurando unos extraños vedas con sus voces de latón, adormilantes, invitando al suicidio, invitando a la huida. El techo lácteo seguía aventando esquirlas de su hueso frío ¡Y el ruido! ¡Cañones por todos lados! Vértigo. Mucho vértigo. Por debajo mío, entre mis pies, pude sentir el pequeño remolino del viento que lanzaban ambos trenes en direcciones opuestas.
Ahí, arriesgando la cordura, me puse a bailar como en una tarantela en mi metro cuadrado de espacio, como un húngaro, como un celta, un chichimeca; Vértigo y adrenalina. Miedo a la muerte y beso a las serpientes de metal. Miedo al cielo, miedo al tren, horror al estaticismo. Miedo en medio de dos trenes en movimiento bajo la tormenta.
Baila, baila –locomotora- baila, baila, -locomotora-, ¡Loco! ¡Motora! ¡Más rápido! ¡Loco! ¡Motora! ¡Loco! ¡Motora! ¡Loco! ¡Motora! ¡Loco! ¡Motora! ¡Loco! ¡Motora! ¡Loco! ¡Motora! ¡¡Máaaaaas RáaaaaaapidooooOOO!! ¡¡Loco!! ¡¡Motora!! ¡¡Loco!! ¡¡Motora!! ¡¡Loco!! ¡¡Motora!! ¡¡LOCO!! ¡¡MOTOORA!! ¡¡LOCOOO!! ¡¡MOTOORAAAAA!!
…Hasta que los dos trenes pasaron y me dejaron como un zumbador que alguien había soltado en el momento de la fuerza. Hasta entonces, jadeando de cansancio me ahogaba en la humedad de mi calor corporal y la lluvia.
Mano-bolso, bolso-diskman, discman-stop. Me quité los audífonos. Cuando moví un brazo, algo se estrelló muy recio en la mano izquierda.
Una mariposa.