Le dije muchas cosas con la mirada.
Le dije despectivamente "...Ni pa' qué te escondas pendejo, yo no te admiro, no admiro a nadie, pero te quiero con el cariño de un hijo casi amigo".
Le dije "Tocaste una canción que me dolió", le dije también "Gracias por dejarme tocarla".
Le dije -principalmente- "...No necesito pararme e ir a tu mesa para que me entiendas"; él me bendijo y me bautizó como un ente de posibilidad. Como no queriéndome decir mi tamaño.
yo le contesté "No te creas tanto, pero muchas gracias, es lo mejor que me han dicho en muchos años".
Bunbury, tras diez segundos de mantenerme la mirada, la quitó hacia unas gruppies que eufóricas le mostraron todo su pecho y ser, ganándose la atención del mundo y la expulsada del Lounge, mi bar que no es mío pero hice mío en San Miguel de Allende.
A cuatro metros, en mi sitio en la barra, le di el último trago a mi desarmador y me fui a Nosédónde. Cuando salí del bar, sólo nos dirigimos una breve mirada de furtiva y extraña complicidad.
Una vez más, alguien me dice que voy por el buen camino.
Mi mente entonces era una maraña filosófica,
pero mi corazón era el de una colegiala emocionada.
Cerebro inteligente, corazón estúpido.
La perfecta máquina de vivir, me dije riendo.